Subversión de valores

Se le ha gastado una broma a la lógica, que para algo están los gimnasios y las dietas del doctor Bogas, verbi gratia. Los tiempos, la Bolsa y los vídeos encanecen a 45 revoluciones por minuto en compact-disc mientras que los humanos estiran el tiempo de disfrute del subsidio de vejez de la Seguridad Social y se mueren en ocasos prolongados. Cincuenta duros de los de antes eran una inmensidad de posibilidades en un desierto sin electros ni japoneses y ahora se reducen a un cubata de electrones en una madrugada donde cincuenta años son, todavía, una inversión de sorpresas. Una subversión de valores, la única que en lo humano ha rentabilizado esta civilización digital.

Como la del balompié. Se primó en la era de Franco y ahora, tras el óbito de hace doce años, -que sólo los nostálgicos delfines de un mar donde naufragaron hace tiempo recuerdan- continúa como sedante de currelantes batiendo a la pérfida y anti-Perestroika Albania que ha venido a desnudarse en los vestuarios del Benito Villamarín y a colgar de sus percheros una vestimenta de talla única con pantalones de campana y jerseys a rombos. Como cuando Marcelino batió a Yashine, La Araña Negra del deporte comunista. Los campos de fútbol invierten los valores, se ríen del cambio y de los culturetas y vocean la misma preocupación de cuando las demostraciones sindicales. Andalucía, una, grande… y libre de ataduras cuando la enseña nacional es un balón de reglamento y la consigna azuzar la furia hispana desde las gradas, a distancia prudente.

Y como la policía andaluza, que harta de ser carne de desestabilización y de condenas tras funeral, asume protagonismo de telefilm, se congratula con la jet, que vive noches de Visa-Oro y regatea sentimientos secuestrados, y decide actuar de Hombres de Harrelson para evitar el gasto inútil de las lágrimas de Melodie. Una subversión de la creencia del español viva la virgen que demuestra lo que quiere cuando manda el corazón. A punto estamos, después de que nos quieren solo para ser pistas de aterrizaje americanas, de romper la french conexión en la Cuesta de los Visos, casi al laíto del polígano Guadalquivir.

De lo que se trata es de romper el discurso conceptual del creyente de la lógica académica. Como lo hacen en el polígano, donde sin verse, actúa el Ateneo Casablanca con una fruición como de espíritu puro que se hace presente, con redundancia insistente, a través de letra impresa. Ahora es la I Muestra Provincial de Teatro y la edición del II Premio de Poesía Juan Bernier. Pero siempre anda ahí, sorprendiendo poses instituidas, produciendo interrogantes de silencio, con una filosofía que trastoca y remueve el fundamento de la lógica al uso.

Como intenta hacerlo ¡Ay, qué cruz!, la publicación de la Casa de la Juventud, de formato noche de copas. Una impronta de gente joven que no zarandea los yacimientos del pasado para buscar luces de renacimiento. Ha empezado a rescatar para cualquier proyecto a esa fauna estética cuyo móvil no es la posición sedente de la Academia sino la vertical de noches prolongadas o la horizontal de exilios en duermevela.

A unos les sale. A otros les reconfortan tras el infarto. Como a Yeltsin, superperestroiko, más lanzado por la pendiente de la Coca-Cola que nadie, que sufre un revés de secretario general del PC de Moscú y lo envían a los albañiles, aunque de mandamás. La subversión de valores se volvió boomerang y le pilló de refilón. Igual que al concejal García Nieto, que lanza un alegato amoroso con escena de salón de plenos y consigue que los pupilos a los que sirvió de celestino se amen de una manera lógica dentrodeloquecabe.

Y el padre de la subversión, el niño prohombre que fue introducido en las vitrinas de la devoción mucho antes de que lo canonizaran.

Manuel Fernández (Diario Córdoba, 22 de noviembre de 1987.