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Primer Concilio de Nicea

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El primer Concilio ecuménico se celebró en el año 325 en Nicea (actualmente Iznik), ciudad de Asia Menor, en el territorio de la actual Turquía, y de la que recibe el nombre por el que es conocido, Concilio de Nicea I. Fue convocado por el emperador Constantino I el Grande, por consejo del obispo San Osio de Córdoba.

Convocatoria

El Primer Concilio de Nicea fue convocado por el emperador romano Constantino I, quien acababa de imponer su dominio sobre la totalidad del Imperio Romano después de vencer a Licinio. Previamente, Constantino ya había dado muestras de sus simpatías por el Cristianismo al dictar el Edicto de Milán del año 313, que daba a los cristianos libertad para reunirse y practicar su culto sin miedo a sufrir persecuciones. No obstante, el emperador era consciente de las numerosas divisiones que existían en el seno del Cristianismo, por lo que, siguiendo la recomendación de un sínodo dirigido por Osio de Córdoba en ese mismo año, decidió convocar un concilio ecuménico de obispos en la ciudad de Nicea, donde se encontraba el palacio imperial de verano. El propósito de este concilio debía ser establecer la paz religiosa y construir la unidad de la Iglesia cristiana.

En aquellos momentos, la cuestión principal que dividía a los cristianos era la denominada controversia arriana, es decir, el debate sobre la naturaleza divina de Jesús. Un sector de los cristianos, liderado por el obispo de Alejandría, Alejandro, y su discípulo y sucesor Atanasio, defendía que Jesús tenía una doble naturaleza, humana y divina, y que por tanto Cristo era Dios; en cambio, otro sector liderado por el presbítero Arrio y por el obispo Eusebio de Nicomedia, afirmaba que Cristo había sido la primera creación de Dios antes del inicio de los tiempos, pero que, habiendo sido creado, no era Dios mismo.

Este fue el primer concilio general de la historia de la Iglesia cristiana, a excepción del llamado concilio de Jerusalén del siglo I, que había reunido a Pablo de Tarso y sus colaboradores más allegados con los apóstoles de Jerusalén encabezados por Santiago el Justo y Pedro.

El Concilio

Aunque todos los obispos cristianos del Imperio fueron formalmente convocados a reunirse en Nicea, en realidad asistieron alrededor de 300 (según san Atanasio), o quizá un número ligeramente inferior. La mayoría de los obispos eran orientales, si bien participaron también dos representantes del Papa Silvestre. El concilio fue presidido por Osio de Córdoba. También estuvo presente Arrio y algunos pocos defensores de sus posiciones teológicas. La posición contraria a Arrio fue defendida, entre otros, por Alejandro de Alejandría y su joven colaborador, Atanasio.

Constantino, aunque simpatizaba con los cristianos, no se bautizó hasta que se hallaba en su lecho de muerte. Sin embargo, aparentemente ya se había convertido al cristianismo tras su victoria militar sobre Majencio en 312, ya que había invocado al Dios de los cristianos antes de la batalla. Por ello interpretó su victoria como indicio de la superioridad del Dios cristiano, aunque se guardó de compartir esta interpretación con sus tropas.

¿Qué papel desempeñó en el Concilio de Nicea aquel emperador no bautizado? La Encyclopædia Britannica relata: “Constantino mismo presidió y dirigió activamente las discusiones y personalmente propuso [...] la fórmula decisiva que expresaba la relación de Cristo con Dios en el credo que el concilio emitió, que es ‘consustancial con el Padre’ [...] Impresionados por el emperador, los obispos —con solo dos excepciones— firmaron el credo, aunque muchos de ellos no estaban muy inclinados a hacerlo”.

Por lo tanto, el papel de Constantino fue crítico. Después de dos meses de enconado debate religioso, Constantino inclinó finalmente la balanza a favor de los que decían que Jesús era Dios. “Básicamente, Constantino no entendía nada de las preguntas que se hacían en teología griega”, dice A Short History of Christian Doctrine (Breve historia de la doctrina cristiana). Lo que sí entendía era que aquella división religiosa era una amenaza para su imperio, y él quería fortalecer su dominio.

Esta es la visión que presenta también Eusebio de Cesarea en su obra "Vida de Constantino": el Emperador participando e influyendo activamente en el desarrollo del Concilio. Sin embargo, el autor J. M. Sansterre , en su obra “Eusebio de Cesarea y el nacimiento de la teoría cesaropapista”, ha rebatido esta posición, señalando que la actuación de Constantino fue respetuosa de los temas que eran de estricta competencia de los Padres Conciliares.

Consecuencias

Después de Nicea los debates sobre este asunto siguieron por décadas y el propio Constantino y sus sucesores fueron alternando su apoyo entre los arrianos y los partidarios de las resoluciones de Nicea. Finalmente, el emperador Teodosio estableció el credo del Concilio de Nicea como la norma para su dominio y convocó el Concilio de Constantinopla en 381 para aclarar la fórmula. Aquel concilio acordó colocar al Espíritu Santo en el mismo nivel de Dios y de Cristo y empezó a perfilarse la doctrina trinitaria. Sin embargo, ni siquiera después del Concilio de Constantinopla llegó la Trinidad a ser un credo extensamente aceptado. Algunos se oponían a él, y se atraían por ello violenta persecución. Solo en siglos posteriores fue formulada la Trinidad en credos fijos. La Encyclopedia Americana dice: “El desarrollo pleno del trinitarismo tuvo lugar en Occidente, en el escolasticismo de la Edad Media, cuando se quiso dar una explicación en términos filosóficos y psicológicos”.

Véase también